sábado, 23 de abril de 2011

Restando del currículo

Hace unos años, convencido ya de que mi futuro en determinada empresa era más negro que una locomotora de carbón, a oscuras, en un túnel y conducida por un subsahariano; estuve buscando empleo.

En aquel tiempo, yo ya sabía que X, mi empresa, era como un sepulcro. Con bellos mármoles por fuera pero podrida por dentro. Mi C.V., que anteriormente era bastante atractivo y actual, con los años en X se había ido quedando obsoleto tanto por falta de actualización como por un aislamiento importante respecto de la informática moderna.

Sin embargo en las entrevistas, aunque no se debe mentir, sí se debe adornar la trayectoria profesional; potenciando los puntos fuertes y minimizando las debilidades.
En una ocasión me llamó un señor con respecto a una oferta que había enviado.

Estuvimos charlando sobre mis estudios, inquietudes, etcétera y me pidió que concretase cual era mi empresa actual en aquel momento. Yo le dije la verdad y entonces le cambió el tono.

¡Las has cagado! -me dije.

Efectivamente. Ese señor conocía mi empresa y no tenía muy buena impresión de ella. Por tanto, todos los adornos que yo había puesto se pusieron en mi contra. Aquella oportunidad de empleo se desvaneció y yo me dí cuenta de que me había quedado fuera del mercado. Peor aún, cada día que pasase en X jugaría en contra mía. Mi valor como profesional iría en continuo decremento, y mis posibilidades de evolución profesional tenderían a cero.

(Por supuesto, no me resigné a ese destino y me puse a estudiar, por mi cuenta, consiguiendo adquirir nuevos conocimientos que, más tarde, tal vez fueron decisivos para encontrar otro trabajo)

Hice alguna otra entrevista más y una de ellas fue bastante interesante. La chica que me entrevistó un auténtico encanto y la oferta de trabajo bastante atractiva. Pero cuando leyó mi C.V. le cambió la cara.
- ¿Tú trabajas en X?
- Pues sí. Es una empresa que pertenece al grupo XX.
- Es un problema, porque nosotros trabajamos con el grupo XX y no le vamos a quitar a su personal.
- ¡Pero hombre eso no es problema! Yo no se lo pienso decir. Además, seguro que ellos se quedan muy contentos cuando yo me vaya.
- Bueno, lo estudiaremos, pero no te prometo nada.

Al menos, tuvo el detalle de enviarme una carta de rechazo, cosa que les honra.

Pues no pudo ser. Dos ofertas de trabajo perdidas por trabajar en la empresa X.

Yo pensaba que cada línea que he ido añadiendo al C.V. a lo largo de los años ha sumado. Poco o mucho. Pero alguna línea, en lugar de eso ha restado. Fascinante...

Cuando el todo no es lo mismo que la suma de las partes

Siguiendo con aventuras no estrictamente informáticas, y en este caso ni siquiera mías; en aquella empresa de cuyo nombre no quiero acordarme nos daban tickets restaurant.
Sin embargo, cuando uno intervenía a más de 50 km. de su centro habitual de trabajo, tenía derecho a media dieta. Esto significaba que uno podía ponerse ciego, en cantidad y calidad y no limitarse al valor de los tickets que rondaba los siete euros. La media dieta, no estoy del todo seguro, andaba por los veinte euros.

Una vez estuvimos comiendo con un compañero que tenía derecho a media dieta. Evidentemente pasó en su nota de gastos lo que había consumido en el restaurante que entraba de sobra en ella. Sin embargo, como no quiso utilizar su ticket restaurant correspondiente, restó su valor del total de la cuenta del restaurante.

Pues... le echaron abajo la hoja de gastos.

Digo yo, si Pitágoras no miente, que es lo mismo quedarse con el ticket en poder de uno y restar la diferencia, que entregarlo y pasar la cuantía completa. Pues en esa empresa no lo era.

Otros compañeros vivieron una aventura parecida. Estuvieron en una intervención a más de 50 km. de su centro habitual de trabajo. Pero muchos más. Con lo cual tenían derecho a la media dieta.
Sin embargo, desafortunados ellos, tuvieron la mala ocurrencia de parar a comer, de vuelta de viaje, a MENOS de 50 km. de su centro de trabajo.

Pues igualmente les negaron la media dieta.

Evidentemente, viendo como estaba el percal, aquellos técnicos que, eventualmente, teníamos derecho a media dieta, nos asegurábamos de gastarla antes de entrar en el radio de acción de las arpías que decidían sobre los gastos.
Además, y aunque en cierto modo era alegal, con pedir en el restaurante un factura justamente por el valor de la media dieta ya teníamos el expediente cumplido. La diferencia entre lo realmente consumido y lo facturado... iba al bolsillo del técnico.

¿Ilegal? No lo creo.
¿Inmoral? Teniendo en cuenta el nido de ratas que era (y es) aquella empresa, no creo que nadie tuviera el más mínimo remordimiento.

viernes, 22 de abril de 2011

Vale. Me busco la vida. Luego no te quejes.

Siguiendo con algunas de mis aventuras en una empresa que se consideraba a sí misma "la elección natural" en materia de "delivery" -ni ellos saben qué significa eso- en una ocasión me tocó una incidencia curiosa.

Un señor había cambiado la clave de administrador en un centro de trabajo en un PC importante, con una serie de programas y, por lo que fuera, ya no estaba en la organización.
Así que nadie podía entrar a dicho PC. Habían probado todo tipo de contraseñas y no daban con ella.
Al final, dando el PC por perdido asumieron que la solución era un formateo. Meter "maqueta" como ellos decían y luego configurarlo, instalarle los programas necesarios, etcétera.

El caso es que como a mí me tocaba ir al día siguiente a comerme ese "marrón", lo comenté con otro técnico que me facilitó una herramienta interesante: unas utilidades que me iban a venir muy bien para dicho problema.

Y efectivamente, acudí al lugar donde había sucedido el problema, comenté el tema con la gente que allí estaba y, en unos minutos, y gracias al CD que me habían pasado, solventé la cuestión perfectamente.

En aquella empresa, nos exigían poner tiempos a las intervenciones. Hora de salida, hora de llegada y hora de finalización. Todo esto en inglés, ya sabeis: ETA, ATA y demás gilipolleces absurdas.

En realidad yo debería haber puesto:
Hora de salida: 8:30
Hora de llegada: 9:00
Hora de finalización: 9:15

Pero, como decía, uno estaba ya hasta las mismísimas narices de "pon el ETA", "pon el ATA", "ponme el comentario al cerrar la incidencia"... pues nada. Sin problema.

Hora de salida: 8:30
Hora de llegada: 9:00
Hora de finalización: 14:30

Comentario: ha sido necesario formatear completamente el equipo, maquetarlo y reinstalar aplicaciones

Y punto pelota. Y esas cinco horas y media me sirvieron para darme un agradable paseo.
¿Estaba yo engañando a la empresa? ¡En absoluto!
¡Qué iba yo a decirles! ¿qué había usado un CD pirata para crackear la base de datos de directorio activo? Dudo que lo entendieran e incluso que lo aprobaran así que les dije lo que querían oir.
Así que, al final, todos contentos.

Esamen en la unibersidad

Siguiendo con mis aventuras en una de las empresas en las que estuve, etapa felizmente terminada a Dios gracias, tuve ocasión de comprobar hasta que punto la miseria, combinada con la incultura generaba comportamientos difícilmente explicables.

En mi equipo había un técnico que estaba terminando una carrera y, aunque trabajaba con nosotros, tenía sus exámenes como todo hijo de vecino. Asistir a exámenes oficiales es un derecho que, si no recuerdo mal, está en el propio Estatuto de los trabajadores.
En principio tu obligación es comunicárselo a la empresa -no te lo pueden denegar- y, cuando tengas tu justificante correspondiente, lo presentas para acreditar tu derecho al permiso retribuido correspondiente, etcétera, etcétera, etcétera...

El caso es que a este técnico le pusieron el examen un día laborable a media mañana. No recuerdo la hora. Se puso en contacto con el jefe-listo y éste, con suma amabilidad le dijo que no había problema. Que fuera a trabajar hasta la hora del examen y que luego fuera a la Universidad a realizar la prueba.

Obvio es, para cualquiera que sí haya ido, que el jefe-listo NUNCA fue a la Universidad. Sólo así se puede entender una postura así. ¿Qué es lo que no funciona en lo que acabo de explicar?

Si el jefe-listo hubiera ido a la Universidad, sabría que a un examen de Facultad o Escuela se ha de ir descansado. Eso es básico. Por tanto dejas a un lado cualquier cosa o actividad que no sea estrictamente necesaria.
El caso es que, para "arrebañar" a duras penas una hora de trabajo, estaba obligando al técnico a ir y venir del "curro" lo cual supone un tiempo de desplazamiento probablemente superior al del tiempo efectivo de trabajo que se pretendía aprovechar.

Cuando el técnico nos comentó esto yo le dije:
- Ni se te ocurra venir a trabajar. Te vas directamente al examen desde tu casa. Si te entra trabajo nosotros te lo cubrimos. Pero tú concentrate en tu examen y olvídate de las gilipolleces del jefe-listo

Dicho y hecho. Todos nos callamos como muertos, el día transcurrió sin novedad, el trabajo salió y el examen no tengo ni pajolera idea de como quedó pero el técnico consiguió terminar su carrera y salir, igualmente de aquel nido de víboras.

domingo, 10 de abril de 2011

Además de... pagar la cama

Bueno, esta entrada no es del todo informática pero tal vez, escribiéndola, me sirva para fijar y recordar algo muy desagradable que me sucedió. No pretendo recordármelo constantemente para automortificarme. Bastantes son los problemas del presente como para agregar los del pasado que, en cualquier caso, están ya zanjados, resueltos y finiquitados.
Fue una etapa, con luces y sombras. Dejémoslo ahí.

El caso es que en una de las empresas en las que estuve me dieron el pomposo grado de técnico móvil. Y ya cuando entré en ella me dijeron que, en principio, yo pondría mi propio coche y luego ya se vería. Es algo que sucedía en aquel sitio en aquel momento y que probablemente siga sucediendo en otras empresas y a fecha de hoy.

El caso es que aquella empresa, que como dije en otra entrada era y es cutre, rastrera, miserable y mediocre (menos mal que no hay rencor, je, je, je) tenía una forma de compensar a los técnicos móviles curiosa.
Te pagaba un fijo mensual y luego un precio por kilómetro, que estaba por debajo de coste.
Si hacías pocos kilómetros estaba bien. Ponías tu coche a disposición de la empresa y te llevabas un dinerito.
Si hacías muchos kilómetros no estaba tan bien. Porque a partir de un cierto número, el precio final del kilómetro que te abonaban no cubría el precio real. Es que los coches, además de combustible, llevan ruedas, aceite, frenos y otras cosas que se desgastan.
Vale que unos meses ganabas y otros perdías. Salías lo comido por lo servido. Más o menos. Pero había alguna que otra ventaja.

Te dejaban sisar kilómetros. Hasta cierto punto. Si hacías cuarenta kilómetros ponías cincuenta. Había una especie de pacto no escrito entre la empresa y el trabajador porque evidentemente tú podías justificar ese exceso de kilómetros porque a veces te equivocabas de carretera, había obras, no podías aparcar... en fin.

Esa Entente Cordiale duró un tiempo. Era aquello de yo sé que tú sabes que yo te paso kilómetros de más, pero tú sabes que yo sé que me los pagas a pelo de pilingui.

Aquello se empezó a resentir cuando alguna mente pensante pensó que debían apretarnos las tuercas a los técnicos porque estábamos ganando demasiado dinero (jua, jua, jua)
Yo fui uno de los que llamaron a capítulo por pasar más kilómetros de los teóricamente imprescindibles. Me reuní con mi jefe-listo (era y debe seguir siendo un listo, dejémoslo ahí también) que con una sonrisa y aparente buen rollo estaba dispuesto a degollarme y crucificarme como si fuera un gladiador vencido en el Ludus de Capua. Él se había preparado el discurso. Y yo también.

- Mira. Aquí me pones que este recorrido son 60 kilómetros y en la Guía Campsa sale que son 30.
- ¿Sí? Vaya. No habré mirado bien el cuentakilómetros. Y, dime, ¿qué recorrido hace?
- Pues sale de A y llega a B pasando por C y por D.
- Bien. Eso es una preciosa carretera comarcal, llena de curvas y barrancos a los lados. Pero es que yo fui por la autopista que es más seguro. Hice más kilómetros pero, además, tardé menos.
- Bueno, pero si lo recalculamos por la ruta que tú me dices no son 30 kilómetros, sino 50.
- Es verdad, pero yo no he salido exactamente del centro geométrico de A para llegar al centro geométrico de B. Eso son unos cuantos kilómetros más que no estás teniendo en cuenta. Y además, he tenido que callejear para aparcar. Más el margen de error de mi cuentakilómetros
- Entonces, si sumamos esto nos sale unos 55 kilómetros...
- Efectivamente. Y yo he redondeado a 60 kilómetros. Me estás reprochando que he cobrado a la empresa 5 kilómetros de más. Esto es como las cuentas del Gran Capitán.

Al poner yo mi coche la empresa se ahorraba un dinero del leasing del coche de empresa (que nunca me dieron), los kilómetros abonados muy a duras penas cubrían el coste real y encima, tenían la poquísima vergüenza de echarme en cara que había redondeado ¡5 miserables kilómetros!

En la segunda parte de la charla, yo le demostré a mi jefe-listo que gracias al exceso de kilómetros era como conseguía no digo ya ser rentable, sino no perder dinero poniendo mi coche. La empresa pretendía (y posiblemente aún pretende) embolsarse unilateralmente todo el beneficio que mi coche pudiera generar escatimándome además a mí (y al resto de móviles con coche propio) la miseria que nos daba para cubrir gastos. ¿Cómo era aquello del reparto de riqueza?

Tuvimos varias charlas más sobre el tema. Expuse mi punto de vista de forma respetuosa, coherente, por escrito y con datos y cálculos pero hicieron oídos sordos. Durante tres años quemé casi literalmente mi viejo y querido coche al servicio de la empresa y finalmente tuve que comprar otro, nuevo, al que metí 30.000 kilómetros en un año.

Se me olvidaba decir que en el convenio de aquella miserable, rastrera, ruin y mediocre empresa una de las clausulas decía algo así como que "el criterio para asignar coche de empresa era un año de antigüedad". Clausula todo lo interpretable que queráis. De hecho ellos eran muy buenos interpretes y allí aprendí dos ideas sobre su gestión.

"Los beneficios son privados, los costes se socializan"
"En el 50% de las ocasiones gana la empresa y en el otro 50% pierde el trabajador"

Que me estaban chuleando era ya evidente.

Cuando ya tenía mi coche nuevo, en una ocasión me llamó mi jefe-listo:
- ¿Donde andas?
- Pues en el autobús, camino de X como un campeón. Acabo de dejar el coche en el taller para la revisión.
- Pero, ¡hombre!, ¿porqué no me lo has dicho?
- Pues porque hasta ahora yo me he buscado siempre la vida. O, ¿qué te crees? ¿Que mi viejo coche no se averiaba? Pues lo hacía. Y yo lo solucionaba con la moto o pidiéndo el coche a mi padre. Sólo que ahora no puedo. Pero tú nunca te habías preocupado de ello hasta ahora que necesitas MI coche.
- Vale, vale... te ponemos uno de alquiler.
- ¡Ah, de alquiler! Cuando hace falta, la empresa se rasca el bolsillo. Pero mientras haya un gilipollas que lo hace en su lugar siempre habrá una excusa para no soltar la mosca, ¿no?
- Bueno, sabes que tu petición -de coche de empresa- está en estudio.
- ¿Pero qué más estudio necesita? Tú sabes lo que me muevo...
- Bueno, es como un premio para los mejores trabajadores...
- Y, ¿yo soy un mal trabajador? Si lo fuera ya me habríais echado hace tiempo, no me toques las narices. Estoy hablando de una herramienta de trabajo que a otros se la dais para que lo dejen aparcado todo el día mientras calientan la silla en la oficina
- Es que tienes que demostrar...
- ¿Que tengo que demostrar qué?

El resto ya fue un diálogo de besugos.

Al final, como ya tenía claro que en aquella empresa los coches eran para los amigos y no para quién de verdad lo necesitaba, un día consideré que no iba a permitir más menosprecios a mi dignidad y decidí no poner el coche al servicio de la empresa.
En realidad sí iba en coche, por mi propio egoísmo pero... con tiempos de transporte público. Si únicamente podía resolver una "incidencia" al día pues una y no más Santo Tomás.

Por primera vez en tres años, volvía a sentirme orgulloso de mí mismo.

sábado, 9 de abril de 2011

Carreras en mojado

Me encanta la espectacularidad de la Fórmula 1 cuando llueve.
Las carreras en mojado son impredecibles y el coche puede hacer un trompo en cualquier momento. La visibilidad es crítica y sólo un piloto con nervios templados puede, no digo ya ganar, sino terminar la carrera.
Pasa lo mismo en las carreteras normales. Esas que tienen asfalto, guardiasciviles y gañanes incordiando por el carril de la izquierda. Nada que no conozcamos de sobra.
A mí me gusta correr. Eso supone gastar mucha gasolina y arriesgarse a sanciones pero creo saber donde acaba el gusto por la velocidad y empieza la temeridad. Y correr en mojado es temerario.

Hace algunos años a alguien se le ocurrió que nosotros podíamos gestionar las garantías de determinado fabricante. Se le ocurrió igualmente la brillante idea de que podíamos garantizar un tiempo de respuesta de una hora.
Eso está muy bien, porque podíamos tener que dejar lo que estuviéramos haciendo para salir a la carrera y cambiarle un ratón al pedorro de turno antes de que hubiera transcurrido una hora. Sin embargo (y felizmente) a los técnicos normales no nos dieron el cajón de componentes para los equipos en garantía: discos duros, placas base, memorias, etcétera con lo cual; en uno de estos casos, tenías que bajar a la central, proveerte de esos elementos y luego volver a salir.

Hacer todo eso en una hora exacta era poco menos que una quimera.

En una ocasión, era una mañana horrorosa. Lluvia, niebla y un tráfico de narices. Estaba yo tranquilamente cuando me llamaron con máxima urgencia para una intervención en garantía. No recuerdo si era una rotura de posavasos electrónico o que a un teclado le faltaba la tecla "any". Pero tenía que personarme en la central a recoger el ni-me-acuerdo-de-qué-era.

Como dije al principio a mí me gusta correr. Pero cuando la miserable, rastrera y explotadora empresa que te contrata te paga un kilometraje que está incluso por debajo de los costes reales y le importa tres pimientos lo que le pase a tu coche o te pase a tí; uno, por puro sentido común, adopta un instinto de conservación y de economía.

Y tan tranquilo que iba yo, bajo la lluvia, escuchando la radio y observando el batir de los limpiaparabrisas, por la autopista, a 80 km/h economizando combustible. Eso sí, me iban adelantando desde camiones de 18 Tm. hasta utilitarios conducidos por abuelas de 90 años. Algunas hasta me miraban con lástima.

Llegué tranquilamente a la central y fui a pedir la pieza:
- ¡¡Qué haces tú aquí!!
- Pos venía a por la pieza
- ¡¡Si ya tenías que estar en el cliente!!
- Oye. Para un momento. La mierda que me dais no cubre conducir como un psicópata. He venido a la velocidad legal. La recomendada por la DGT. Y como vosotros no me pagáis las multas, ni las averías, ni el disgusto si me doy un golpe, vengo y pienso irme a la velocidad que yo crea conveniente. Si llego tarde al cliente... se siente

Después de eso, y de alguna más que no me contaron, sólo unos cuantos técnicos escogidos llevaban en el coche todas las piezas de la garantía y al resto nos dejaron tranquilitos.

El dia que me robaron un monitor

Podría escribir mucho sobre el jefe-tonto, fuente de problemas para cualquier sitio en donde se le ubique. Pero dejaremos eso para otro día.
El caso es que, hace algún tiempo, el jefe-tonto me mandó a revisar un monitor que no funcionaba y, sorprendentemente, no funcionaba. El monitor no se encendía.
Nuestro procedimiento, en aquella época, consistía en identificar dicho monitor con una serie de etiquetas, enviarlo a nuestra "central" para que lo repararan o mandaran reparar y poner en su lugar uno de préstamo.
Dicho y hecho, realicé el procedimiento al pie de la letra.

Dias más tarde, me llama el jefe-tonto:
- Una cosita: dices que nos has enviado el monitor tal y cual, pero aquí no hemos recibido nada.
Vaya por Dios.
- Pues... yo lo etiqueté correctamente y envié la orden de recogida con estos datos que te voy a decir ahora...
- Los datos están bien en el sistema, pero aqui no tenemos el monitor...

Haces alguna averiguación y descubres que el transportista fue a buscar el monitor pero no encontró nada. Y llamas al jefe-tonto y se lo cuentas. Su respuesta, como cabe esperar es la que no cabría esperar.
- ¡Nos han robado el monitor! Eso seguro que se lo ha llevado alguien de la organización.
- ¿Cómo se lo van a llevar? ¿Para qué querrían un monitor averiado pudiendo robar uno que funcione? ¡No tiene ningún sentido!
- Pues a nosotros nos lo van a descontar. Vete a buscarlo.
- Pero... vamos a ver. Buscarlo, ¿dónde? ¿Qué quieres que haga? ¿Monto un control a la entrada del edificio e interrogo a todo el que parezca sospechoso?
- Tendrás que ir despacho por despacho mirando si alguien lo ha escondido debajo de una mesa o encima de un armario. Pero el monitor tiene que aparecer.

En este momento, se te pasa por la cabeza mandarle a la mierda. Informárle explícitamente de que es imbécil y que si ha llegado a jefe-tonto es porque se la ha chupado a alguien pero sabes que no puedes y te muerdes la lengua intentado razonar.

- Pero, ¿tú te das cuenta de lo que me estás pidiendo?
- Si, sí, sí... pero hay que hacerlo. Vete allí y miras despacho por despacho.

Uno, que tiene tablas y algún que otro amigo va a preguntar donde debe preguntar.
- Oye, que ha pasado esto ¿Tú sabes quién se lo puede haber llevado?
- Claro. El otro día vino a recogerlo un transportista diciendo que al estar el monitor en garantía, el mismo fabricante lo gestionaba.

¡Acabáramos! El monitor lo había recogido OTRO TRANSPORTISTA porque al estar en garantía la tramitación iba por otro lado absolutamente distinto. Por supuesto no estaba perdido ni lo habían robado y, por supuesto, yo me evité el bochorno de irlo buscando como un idiota.

El jefe-tonto, que supuestamente debería haber estado al tanto de lo que había ocurrido, supongo que habría perdido el tiempo matándose a pajas o algo así. De otra forma, no entiendo como quién debía coordinar estas movidas se columpia con semejante tontería, poniendo en un compromiso a uno de sus técnicos. Porque, de haber intentado hacer al pie de la letra lo que me pedían, seguramente me hubieran expulsado del edificio por meterme en camisas de once varas y tocarle los ***vos a gente a la que no debería hacérselo. Realmente es que ni siquiera me tendrían que haber pasado la incidencia. Pérdida de tiempo, de combustible y cabreos innecesarios.

Cuando le expliqué el tema, sin desvelar mis fuentes ni otros detalles que no tenía porqué conocer, se alegró y se olvidó del tema. Sin ningún tipo de autocrítica, ni disculpa, ni propósito de enmienda.
Después de estas cosas es normal que yo empezase a pasar de todo en ese equipo de trabajo. Y luego eres el problemático y el que no te comprometes con los objetivos del proyecto.

viernes, 8 de abril de 2011

El puñetero número de serie

Por suerte o por desgracia, es probable que en la vida de un informático se cruce la palabra maldita: INVENTARIO
Si tú realizas tu propio inventario las cosas irán medio bien, pero si es otro el que gestiona el cotarro las historias devienen kafkianas.
El caso es que en una empresa de la que no quiero acordarme, me pidieron que tomara el número de serie de un servidor aprovechando una intervención.
Dicho y hecho. Como suele ocurrir, el servidor está en el último rincón, te tienes que tirar al suelo, te manchas, tienes que moverlo para ver el número... pero al final lo tomas.
Y tan satisfecho se lo comunicas al sub-jefe tonto de turno.

A los pocos dias te llama una "dispatcher" a decirte que el número de serie del servidor está mal.
Que tú les has dado un WXYZ.... y que en esos servidores los números de serie empiezan por ABCD.
Bueno anda qué... pues se mira otra vez. Nadie es perfecto.

El caso es que vuelves a hacer el ritual, en el lugar de trabajo la gente te mira un poco extrañada pero tomas ese número. Más que nada porque, no sólo parece un número de serie sino que delante de él pone S/N.
Aún así, tomas todos los números que ves. Que hay gente para todo y a lo mejor en lugar de ponerte el número de serie donde corresponde, lo sitúan junto al número de DNI de la madre del tio que lo compró. Toda precaución es poca.
Esto es una putada porque estando incómodo, con poca luz y con un servidor bastante sucio a veces no distingues un 8 de una B, un 5 de una S y así sucesivamente. Pero eso no es obstáculo para un arrojado técnico de sistemas que toma todo lo tomable y lo comprueba siete veces para evitar cualquier error.

A los pocos días te llama el jefe de proyecto y una vez más te dice que ninguno de los números de serie que le has proporcionado es correcto y que el que él necesita empieza por ABCD.

¿Qué hice yo? Pues le dije que si le parecía bien, que viniera él mismo a ver los números. Y que si encontraba uno que no fuera ninguno de los que yo le había dado, con mucho gusto le invitaba a cenar lo que quisiera, donde quisiera.

-¡No te pongas así!- me dijo.

- No me pongo de ninguna manera. Ya sabes, estoy dispuesto a perder una cena. ¿Cuando vienes a ver los números?

Por supuesto no vino.