sábado, 4 de septiembre de 2010

Trabajar contra corriente (II)

Siguiendo con anécdotas de una de las empresas en las que estuve; como de costumbre sin entrar en profundidades ni dar demasiados detalles, digamos que nos enviaban intervenciones a un dispositivo remoto con un determinado grado de prioridad.

Si se había caído un servidor, la prioridad era uno y suponía que, prácticamente, había que dejar lo que estuvieras haciendo e irte a atender esa incidencia.
Si al usuario no le gustaba el ratón, la prioridad era tres y (esto que quede entre nosotros) no necesitaba ni presencia física.

Lo que, sobre el papel, es algo normal y razonable en la práctica se convertía en un pandemonium en el que cualquier cosa era posible.

El caso es que un día, estaba comiendo con una compañera en un restaurante. Habíamos tenido bastante "curro" y de hecho se nos había hecho tarde. Eran más de las cuatro (nuestra jornada terminaba a la cinco) y esa comida era casi un pequeño premio pues, a los postres, nos íbamos a ir para casa.

Por el segundo plato, me entra un aviso de intervención: prioridad 1 en San Serenín del Monte.
¡Qué oportunos! Maldita sea la gracia que me hacía tener que encargarme de ese marrón y a esas horas. Mi compañera me preguntó que era el aviso, perfectamente audible, que me había llegado y yo le expliqué lo que pasaba.

-¡No te preocupes!- me dijo -no hace falta que vayas. Ya estuvo (...) por la mañana y resolvió el problema-
-¿Estuvo (...) por la mañana y me avisan ahora?

Cuando eso es el pan nuestro de cada día al final te tomas el trabajo a cachondeo, te das cuenta que estás tirando tu vida profesional y que hasta la personal se resiente y entonces te deprimes.
Pero antes de eso... hay que cambiar. Yo lo hice. Pero eso será otra historia.

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