viernes, 27 de agosto de 2010

Los nombres largos de fichero

Windows admite nombres largos de fichero. No sé ni cuantos caracteres ni maldita sea la falta que me hace saberlo.

Mis documentos, con unas treinta o cuarenta letras tienen más que suficiente. Pueden ser algo así como "Configuración servidor correo.docx" o "Virtualización de servidores.pdf"
En cuanto a mi estructura de directorios, no creo que llegue más allá del tercer nivel en cualquier caso. Pero eso yo, que considero que la informática es, simplemente una herramienta y no una especie de... meretriz a la que se le puede pedir cualquier cosa.

Pero siempre hay usuarios que pretenden no sólo que la informática esté a su servicio -cosa cierta pues, para dar servicio a las personas es para lo que existe- sino dar por sentado que esas pequeñas normas y limitaciones que la informática impone no han sido pensadas para ellos.

No sé si esto es una cuestión de prepotencia, de ignorancia o una combinación de ambas.

El caso es que te crean (mayormente en mitad del escritorio) una carpeta que se puede llamar "Ventas". No falla.

Dentro de la carpeta hay varias subcarpetas. Una de ellas se llama, por ejemplo, "Resultados del equipo de ventas de la zona suroeste en la campaña de verano de 2008". Las otras tienen nombres similares, claro está. Pero no acaba ahí la cosa.

Dentro de esa subcarpeta hay varias. Una de ellas, por ejemplo, podría ser "Municipios de más de veinte mil habitantes que son cabeza de partido judicial". Porque, inevitablemente hay otra que se llama "Municipios de más de veinte mil habitantes que no son cabeza de partido judicial".

Dentro de la primera, ¡sorpresa!, hay más carpetas. "Municipios cuyos resultados de ventas han sido positivos" y dentro otras que digan algo así como "Equipo de ventas que realizó la campaña entre los meses de enero y marzo". Y... bueno, para qué seguir.

Pero la vida es bella y el autor (o autora) de esta estructura de carpetas, subcarpetas, etcétera, etcétera, etcétera tarde o temprano te dice: -No me deja copiar este fichero.

El fichero se llama "Espronceda.pdf", pesa 200 KB y nadie se explica porqué el continuo mensaje de error. Y nadie (salvo el sufrido informático) se ha dado cuenta que el fichero realmente se llama

"\\Documents and settings\usuario\desktop\ventas\Con diez cañones por banda viento en popa a toda vela no corta el mar sino vuela un velero bergantín\Bajel pirata que llaman por su bravura el temido en todo el mar conocido del uno al otro confín\La luna en el mar riela y en la lona gime el viento y alza en blando movimiento olas de plata y azul\Espronceda.pdf"

y que eso no hay Bill Gates que lo mueva.

El último paga

Yo recuerdo un juego de mi más temprana juventud.
Te sentabas en un círculo, por supuesto en la calle y, por supuesto, de noche con un grupo de amigos y amigas y alguien encendía una cerilla.
El juego consistía en írselo pasando ¡encendido! al compañero de la izquierda. Naturalmente, tarde o temprano alguien se quemaba y perdía.

Algo así pasa en la informática. El último paga.

Normalmente los sistemas informáticos tienen una vida azarosa. Más o menos larga, pero limitada en el tiempo. Y al final mueren. Su muerte, a veces es una muerte anunciada. ¡Feliz del informático que pueda darse cuenta a tiempo!
Pero, otras veces, no puedes.

El caso es que, azares de la vida, te toca resolver una incidencia o hacer una intervención supuestamente trivial en un sistema al que le quedan pocas horas de vida.
Tu actuación puede ser técnicamente impecable pero, por ley de Murphy, mientras estás en ella el disco duro te puede dar un error irrecuperable.

Hay que comprender que si operas a corazón abierto a un señor y el señor se te muere no pasa nada. Eres poco menos que un santo, una eminencia que está por encima del bien y del mal.
Pero si eres un informática y se te muere un paciente en mitad de una operación... y os aseguro que pasa a menudo, entonces deberás estar preparado para escuchar sarcasmos, algunos más fuertes que otros.

Si, peor aún, como consecuencia del evento hay información que queda inaccesible, entonces tienes garantizado un marrón. Obviamente, el informático veterano se asegura de tener una buena copia de seguridad y de dejar claro que no quiere saber nada de la información que los usuarios, por su cuenta y riesgo hayan dejado donde no deberían.

El informático que conoce su oficio llega a desarrollar cierto olfato ante estos "marrones" y cuando percibe uno, despliega toda su colección de excusas para evitar meterse en problemas. Casi siempre funciona. Pero alguna vez no funcionará y... serás el último que lo ha tocado.

viernes, 20 de agosto de 2010

Informáticos los hay de todas clases

Hace algún tiempo yo coordinaba un CAU. No es necesario decir cuando exactamente, ni donde.
El caso es que dos de los técnicos de mi equipo eran absolutamente diferentes.
Uno, D., era el técnico ideal. Decirle a D. que se encargara de algo era olvidarse de ello. Además de trabajar bien, era activo y sabía buscarse la vida.
El otro, C., era el lado oscuro del departamento. Jamás realizaba una tarea limpiamente. Todo eran dudas, problemas y resultados más que dudosos. Pero, bueno, era parte del equipo.

Aquel equipo tenía que cubrir un turno de tarde-noche. Mientras toda la empresa trabajaba de 9 a 2 y de 4 a 7, los del segundo turno lo hacían de 2 a 10. No tenían atasco ni de ida, ni de vuelta y podían venir ya "comidos" de casa lo cual era una gran mejora.

Desde el punto de vista informático, el turno de 2 a 10 era una bicoca. Mientras que los del primer turno andaban casi toda la mañana agobiados atendiendo el teléfono y resolviendo las incidencias que continuamente iban entrando, los del segundo turno se encontraban ya el terreno "pacificado" y, de hecho, a partir de las 7 de la tarde podían organizarse como quisieran.

A C. le tocaba el turno de tarde de vez en cuando, por pura rotación. En una ocasión hubo un problema con el PC de una persona y yo le pedía a C. que se hiciera cargo de ello para que esta persona pudiera poder trabajar al día siguiente.
- ¡No hay problema! - me dijo
Eran las cinco de la tarde y deduje que por mal que anduviera, tenía cinco horas; tiempo más que suficiente para resolver la incidencia.

Cuando llegué a la jornada siguiente, mi jefe me hizo una seña. Mal empezábamos el día.
La persona que tenía el problema con el PC no podía trabajar y así se lo había comunicado a su jefe. Y éste, al mio. Y el mio me estaba pidiendo explicaciones.

Cuando me dirigí al puesto de trabajo en cuestión ¿qué me encontré? Un disco duro en mitad de la mesa. La carcasa de una CPU en el suelo y varios CDs con software original que según MIS directrices de trabajo deberían estar siempre en su armario correspondiente.

Naturalmente, me hice cargo del problema, terminé el trabajo y solucioné la situación. ¿Qué había pasado con C.?
Entre disculpas y lamentos me explicó compungido que habían surgido algunos imprevistos que habían reclamado urgentemente su atención y que, al haberse complicado extraordinariamente, le habían impedido terminar el trabajo.

Tiempo después me enteré que C. se tomaba una hora (o más) para la merienda y que, por si fuera poco, dedicaba también gran parte de su tiempo a intentar intimar (con éxito escaso, por cierto) con las chicas del segundo turno.

Pero esto no fue lo peor. Lo peor fue un sábado (sí, un sábado) en el que medio departamento de sistemas tenía una actuación. Iban a cambiarse de sitio unos servidores y la parte de C. consistía en tener listo el cableado. Como cabía esperar... el cableado no estuvo listo.

Mi (otro) jefe le llamó por teléfono a su casa a pesar de lo temprano de las horas y le llamó de todo menos guapo. No sé como lo hizo que C. estaba allí en quince minutos... aguantando a pie firme la bronca que le estaba cayendo.

C. tenía un problema personal importante y, todo hay que decirlo, el jefe fue tan generoso que le hizo una oferta que no podía rechazar: que pusiera el horario que a él le diese la gana.
Pero, con una condición. Que tenía que cumplirlo. Evidente, ¿no? Pues no.

Como comentaba antes, había turnos, y C. tenía que llegar cuando otros técnicos se iban. Y esto iba por relevos. Nadie podía irse hasta ser relevado. Entre compañeros, cinco minutos de retraso no van a ningún lado. Cuando todos los días el relevo llega cuarenta minutos tardes, ya no hay forma de evitar que los jefes tomen cartas en el asunto.

Yo intenté convencer a C. (menudo ingenuo era yo) de intentar pactar algún tipo de salida, una excedencia o una reducción de jornada. Pero él dijo que necesitaba trabajar la jornada completa.

Al final C. acabó despedido, supongo que un procedente por bajo rendimiento pero no lo sé.

martes, 17 de agosto de 2010

Averías de software

Conocí una empresa, de cuyo(s) nombre(s) no quiero acordarme, dedicada al mantenimiento informático o "delivery" en la que se gestionaban y solucionaban "averías".
Sólo el uso del término avería ya denota la mentalidad empresarial de aquella organización: reparar. Se dedicaban a la informática como podrían haberse dedicado al aire acondicionado o a máquinas de coser. Cambiar piezas, limpiarlas y ajustarlas.
Cuando yo sufro una avería, es que se me ha roto la correa de la distribución del coche, el frigorífico no enfría o tengo que subir andando porque no funciona el ascensor. Eso es una avería, algo que ha de ser reparado en un taller o por un técnico.
Por el contrario, si hay un error lógico en una base de datos eso a mí me cuesta calificarlo como avería.

Esta empresa tenía un pasado más o menos representativo en el sector del mantenimiento de hardware en los años 90. Eran años en los que un técnico podía fácilmente facturar más de 150.000 pesetas ¡de hace veinte años! por cambiar el fusor de una impresora. En una simple mañana de trabajo. Años en los que (supongo) un técnico hardware era bien valorado y sobre todo bien pagado.

El caso es que, veinte años después, seguían manteniendo los mismos esquemas mentales centrados en el hardware y lo aplicaban a todo. Y los dispatchers, tres cuartos de lo mismo.

En una ocasión me enviaron a revisar una "avería" de software. Una aplicación desplegada sobre JBoss no funcionaba correctamente.
Evidentemente había algún tipo de inconsistencia en la capa de base de datos y eso provocaba el error. Algo que deberían solucionar los administradores de la aplicación en su servidor de bases de datos y no un técnico de campo. Pero de nada sirvieron mis alegaciones, había que ir a verlo presencialmente.

Aunque el tema estaba claro había que hacer el paripé. Actualizar software, virus negativo, conectividad O.K.
Aquello, por supuesto, seguía sin funcionar. Evidentemente el cierre de la "avería" consistió en escalarla al departamento correspondiente. Como por aquel entonces, todavía me sorprendía; para mi sorpresa, al día siguiente me la volvían a rebotar.

Discutir con mis dispatchers o tratar de convencerlos de lo futil que eran mis esfuerzos fue como entrar en una relojería y pedir un kilo de panceta. Lo mismo.

Reflexionando ahora sobre el tema, debería haber cambiado las memorias, el disco duro y la placa base del equipo; habría perdido un día completo y la aplicación seguiría sin funcionar, pero así mis dispatchers se habrían quedado satisfechos.

De donde no había, no se podía sacar. Y creo que así siguen...

sábado, 7 de agosto de 2010

El timo de la rusa

No por ser ya bien conocidos algunos de los más populares timos por Internet, dejan de dar juego a los spammers, scammers y demás basura que pulula por la red.
Uno no entiende como la gente puede caer en timos tan burdos. Pero sí. Supongo que es una cuestión de probabilidades. Si le mandan un e-mail a 10.000.000 de personas, es altamente probable que entre ellos haya dos o tres pardillos que creerán que un tipo desconocido ha decidido compartir con él una fortuna guardada en un banco de Nigeria.

Pero a mí, el que más me gusta es el timo de la rusa.
A uno, para que negarlo, muchas veces le confunden por la calle con George Clooney. Pero que el destino, además, decida que una rusa, playmate del mes me haya elegido para compartir conmigo el resto de mi vida sin saber nada de mí, sólo porque alguien le ha pasado mi dirección de correo electrónico me provoca ataques de risa.

El caso es que un día me llega un correo de una muchacha preciosa. Rubia. Con un cuerpazo de impresión. Culta, deportista, inteligente, cariñosa que ha pensado que yo podría ser su media naranja. Y sólo me ha elegido a mí (y a otros 10.000.000 de destinatarios de correo, claro está) para llevar a cabo su sueño. Quiere conocerme más.

Está muy claro que la rubiaca es el personaje interpretado por algún individuo probablemente del este (en eso sí que no mienten) que, por supuesto, no se va a molestar ni en leer mis cartas enamoradas ni, por supuesto, en mandarme cartas personalizadas. Así que vamos a seguirle el juego.

Mi personaje, por el contrario, es un mirlo blanco. Más o menos joven, viudo, con muchísimo dinero y poquísima cultura que, aunque no pensaba volver a enamorarse, la posibilidad de echar una canita al aire le motiva.

Normalmente, en estos casos, después de un intercambio epistolar, la rubia te pide dinero para mover unos papeles, inmigración, permisos, billete de avión, etcétera. En el caso de mi personaje, no le dí ni opción. Le dije, después de dos o tres misivas, que me dijera su dirección que volaría a Moscú, alquilaría un coche y me presentaría en su casa a verla fuera como fuera.
Pero eso sí, que en cuanto pisara tierra rusa la llamaría para que fuera abriéndose de piernas porque llegaba la infantería española.

Lógicamente, la rusa se espantó y los correos se terminaron. ¡Mira que son estrechas estas scammers!

miércoles, 4 de agosto de 2010

¡Cómo pasa el tiempo!

¡Veinte años no es nada! dicen por ahí.

Pues para la informática es una eternidad. Aunque biológicamente algunos todavía nos consideramos jóvenes, estas historias hacen que nos sintamos casi como el inolvidable Abuelo Cebolleta.

Hace veinte años (en 1990), el mercado del PC había dejado atrás los 8086 y 8088. Los procesadores 80286 y 80386 dominaban el mercado y un nuevo producto comenzaba a abrirse paso en la gama alta: el 80486.

Seguro que algunos teléfonos móviles actuales de gama alta tienen más capacidad de proceso, de memoria y de vídeo que estos PC que en su momento nos parecieron impresionantes.

Los 486 llegaron, en los modelos más avanzados, a los 100 MHz; es decir 0,1 GHz. Actualmente, los procesadores multinúcleo corren a unos 3 GHz, es decir, que su frecuencia de reloj es 30 veces superior.

Los discos duros eran del orden de MB. Un disco duro de 100 MB ya era realmente grande.
Cualquier tarjeta SD para cámara de fotos o móvil se va a 1 GB, o sea, 10 veces más.
Y si nos metemos en discos duros, ya hay que considerar los TB. Un disco de 1 TB es 10.000 veces más grande que su antepasado.

En las memorias ocurrió otro tanto. 2 MB de RAM permitían considerarte el hombre más feliz del mundo (sin limitarte a los 640 KB de Bill Gates) y, ¿qué pasó?. Ahora hablamos de GB y raro es el equipo moderno que tiene hoy menos de 2 GB. 1000 veces más.

Y encima había que hacer filigranas porque el MS-DOS no aprovechaba la memoria automáticamente. Estaba la memoria superior, la extendida y alguna otra más. Otra larga historia.

Porque, por supuesto, el sistema operativo era MS-DOS. Microsoft Disk Operating System.
No, no había MS-UNO.

Buen S.O. el MS-DOS. Sencillo, robusto, versátil, potente... eso sí, línea de comandos. Nada de ratones, iconos o escritorios futuristas. El MS-DOS 3.1 cabía en un disquette.
El MS-DOS 5.0 en tres. Y creo que puedo recordar hasta el MS-DOS 6.22

disquettes. Por aquel entonces el CD era una cosa que usaban los yuppies para oir música con clase mientras el resto del mundo utilizaba aún los walkman, las cintas de cassete y el VHS.
Por aquella época había dos tipos de disquette. Unos eran grandes, de 5 ¼ pulgadas, flexibles, con una carcasa de cartulina (o algo que se le parecía). Tenían 1,2 MB de capacidad y habían jubilado a sus antecesores de 8 pulgadas. Sin embargo dejaron paso al más moderno disquette de 3 ½ pulgadas y 1,44 MB. Carcasa de plástico rigido, una corredera metálica y mucha mayor fiabilidad.
Por supuesto, la capacidad de un pendrive USB actual es superior a la de 1000 disquettes.

Pero, ¿qué había que guardar?.

El boom de Internet aún no había comenzado. Quizá algún amigo o algún profesor tuviera un módem. Pero módem analógico. A 56 Kbps de bajada. O, lo que es lo mismo 0,056 Mbps.
Eso es unas 50 veces menos que las ofertas más sencillas de ADSL que existen hoy en día en el mercado.

Y aún así disfrutábamos de la informática tanto como ahora. Nos seguíamos emocionando con los juegos, estudiábamos, aprendíamos de todo...

Puede que dentro de veinte años, tengamos procesadores cuánticos, con memorias del orden de PB o EB, discos duros neuronales, Internet haya sido sustituida por redes subespaciales y salvemos la información en cristales de dilythium. Seguro que nos sorprendemos.

lunes, 2 de agosto de 2010

El correo se lo traga todo

Puede que yo sea demasiado purista. O tal vez puede que no haya una herramienta igual de accesible para el trabajo diario de los usuarios. O quizá Google, con su excelente servicio Google Mail, ha lanzado un reto a todos los administradores de sistemas del mundo.
El caso es que nunca he podido entender porqué hay gente, mucha gente, que usa el correo como una especie de almacén donde guarda prácticamente toda su vida.

Todo administrador de correo (y, por tanto, de sistemas) se verá en el dilema de ofrecer a sus usuarios configurar sus correos como POP3 o como IMAP. Hablando en términos claros, ¿quieres bajarte el correo a tu equipo o dejarlo en el servidor?

La opción más profesional es dejarlo en el servidor debido a sus múltiples ventajas. A saber; se permite la movilidad del usuario, se puede organizar la copia de seguridad de todos los buzones de correo de una sola vez, se pueden aprovechar algunas ventajas adicionales como editar o cambiar los adjuntos en mensajes ya enviados, etcétera.

¿Todo ventajas?. Bueno, quizá no todo son ventajas. Los usuarios dan por sentado que los buzones de correo son inagotables. Y, todavía peor... el tamaño de los adjuntos crece y crece y crece.

Esto lo sufren los buenos administradores de correo que tienen sus servidores deslimitados para que la gente envíe y reciba adjuntos de 70 MB con las fotos del bautizo de sus hijos. Quizá es una advertencia para que nadie salga del reverso tenebroso del correo: buzones de no más de 100 MB y, adjuntos de no más de 5 MB. Con eso te garantizas una vida tranquila.

Si, por el contrario, has sido tan ingenuo como para no capar tu servidor, casi cada día tendrás que escuchar: -¡el servidor de correo va muy lento!

Pero ¡alma de cántaro!. Si has mandado un correo de 40 MB a diez destinatarios distintos, ¿tú crees que usamos el hiperespacio para repartirlos? Pues no, va por el cablecito ese medio doblado que tienes pillado con la silla, so animal.

Supongo que en breve, lo normal será tener redes locales a GB, que la gente envíe de todo sin molestarse en comprimirlo y que nos miren mal a quienes pensamos que el correo debería usarse con sentido común y no como sumidero universal.