viernes, 20 de agosto de 2010

Informáticos los hay de todas clases

Hace algún tiempo yo coordinaba un CAU. No es necesario decir cuando exactamente, ni donde.
El caso es que dos de los técnicos de mi equipo eran absolutamente diferentes.
Uno, D., era el técnico ideal. Decirle a D. que se encargara de algo era olvidarse de ello. Además de trabajar bien, era activo y sabía buscarse la vida.
El otro, C., era el lado oscuro del departamento. Jamás realizaba una tarea limpiamente. Todo eran dudas, problemas y resultados más que dudosos. Pero, bueno, era parte del equipo.

Aquel equipo tenía que cubrir un turno de tarde-noche. Mientras toda la empresa trabajaba de 9 a 2 y de 4 a 7, los del segundo turno lo hacían de 2 a 10. No tenían atasco ni de ida, ni de vuelta y podían venir ya "comidos" de casa lo cual era una gran mejora.

Desde el punto de vista informático, el turno de 2 a 10 era una bicoca. Mientras que los del primer turno andaban casi toda la mañana agobiados atendiendo el teléfono y resolviendo las incidencias que continuamente iban entrando, los del segundo turno se encontraban ya el terreno "pacificado" y, de hecho, a partir de las 7 de la tarde podían organizarse como quisieran.

A C. le tocaba el turno de tarde de vez en cuando, por pura rotación. En una ocasión hubo un problema con el PC de una persona y yo le pedía a C. que se hiciera cargo de ello para que esta persona pudiera poder trabajar al día siguiente.
- ¡No hay problema! - me dijo
Eran las cinco de la tarde y deduje que por mal que anduviera, tenía cinco horas; tiempo más que suficiente para resolver la incidencia.

Cuando llegué a la jornada siguiente, mi jefe me hizo una seña. Mal empezábamos el día.
La persona que tenía el problema con el PC no podía trabajar y así se lo había comunicado a su jefe. Y éste, al mio. Y el mio me estaba pidiendo explicaciones.

Cuando me dirigí al puesto de trabajo en cuestión ¿qué me encontré? Un disco duro en mitad de la mesa. La carcasa de una CPU en el suelo y varios CDs con software original que según MIS directrices de trabajo deberían estar siempre en su armario correspondiente.

Naturalmente, me hice cargo del problema, terminé el trabajo y solucioné la situación. ¿Qué había pasado con C.?
Entre disculpas y lamentos me explicó compungido que habían surgido algunos imprevistos que habían reclamado urgentemente su atención y que, al haberse complicado extraordinariamente, le habían impedido terminar el trabajo.

Tiempo después me enteré que C. se tomaba una hora (o más) para la merienda y que, por si fuera poco, dedicaba también gran parte de su tiempo a intentar intimar (con éxito escaso, por cierto) con las chicas del segundo turno.

Pero esto no fue lo peor. Lo peor fue un sábado (sí, un sábado) en el que medio departamento de sistemas tenía una actuación. Iban a cambiarse de sitio unos servidores y la parte de C. consistía en tener listo el cableado. Como cabía esperar... el cableado no estuvo listo.

Mi (otro) jefe le llamó por teléfono a su casa a pesar de lo temprano de las horas y le llamó de todo menos guapo. No sé como lo hizo que C. estaba allí en quince minutos... aguantando a pie firme la bronca que le estaba cayendo.

C. tenía un problema personal importante y, todo hay que decirlo, el jefe fue tan generoso que le hizo una oferta que no podía rechazar: que pusiera el horario que a él le diese la gana.
Pero, con una condición. Que tenía que cumplirlo. Evidente, ¿no? Pues no.

Como comentaba antes, había turnos, y C. tenía que llegar cuando otros técnicos se iban. Y esto iba por relevos. Nadie podía irse hasta ser relevado. Entre compañeros, cinco minutos de retraso no van a ningún lado. Cuando todos los días el relevo llega cuarenta minutos tardes, ya no hay forma de evitar que los jefes tomen cartas en el asunto.

Yo intenté convencer a C. (menudo ingenuo era yo) de intentar pactar algún tipo de salida, una excedencia o una reducción de jornada. Pero él dijo que necesitaba trabajar la jornada completa.

Al final C. acabó despedido, supongo que un procedente por bajo rendimiento pero no lo sé.

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