domingo, 10 de abril de 2011

Además de... pagar la cama

Bueno, esta entrada no es del todo informática pero tal vez, escribiéndola, me sirva para fijar y recordar algo muy desagradable que me sucedió. No pretendo recordármelo constantemente para automortificarme. Bastantes son los problemas del presente como para agregar los del pasado que, en cualquier caso, están ya zanjados, resueltos y finiquitados.
Fue una etapa, con luces y sombras. Dejémoslo ahí.

El caso es que en una de las empresas en las que estuve me dieron el pomposo grado de técnico móvil. Y ya cuando entré en ella me dijeron que, en principio, yo pondría mi propio coche y luego ya se vería. Es algo que sucedía en aquel sitio en aquel momento y que probablemente siga sucediendo en otras empresas y a fecha de hoy.

El caso es que aquella empresa, que como dije en otra entrada era y es cutre, rastrera, miserable y mediocre (menos mal que no hay rencor, je, je, je) tenía una forma de compensar a los técnicos móviles curiosa.
Te pagaba un fijo mensual y luego un precio por kilómetro, que estaba por debajo de coste.
Si hacías pocos kilómetros estaba bien. Ponías tu coche a disposición de la empresa y te llevabas un dinerito.
Si hacías muchos kilómetros no estaba tan bien. Porque a partir de un cierto número, el precio final del kilómetro que te abonaban no cubría el precio real. Es que los coches, además de combustible, llevan ruedas, aceite, frenos y otras cosas que se desgastan.
Vale que unos meses ganabas y otros perdías. Salías lo comido por lo servido. Más o menos. Pero había alguna que otra ventaja.

Te dejaban sisar kilómetros. Hasta cierto punto. Si hacías cuarenta kilómetros ponías cincuenta. Había una especie de pacto no escrito entre la empresa y el trabajador porque evidentemente tú podías justificar ese exceso de kilómetros porque a veces te equivocabas de carretera, había obras, no podías aparcar... en fin.

Esa Entente Cordiale duró un tiempo. Era aquello de yo sé que tú sabes que yo te paso kilómetros de más, pero tú sabes que yo sé que me los pagas a pelo de pilingui.

Aquello se empezó a resentir cuando alguna mente pensante pensó que debían apretarnos las tuercas a los técnicos porque estábamos ganando demasiado dinero (jua, jua, jua)
Yo fui uno de los que llamaron a capítulo por pasar más kilómetros de los teóricamente imprescindibles. Me reuní con mi jefe-listo (era y debe seguir siendo un listo, dejémoslo ahí también) que con una sonrisa y aparente buen rollo estaba dispuesto a degollarme y crucificarme como si fuera un gladiador vencido en el Ludus de Capua. Él se había preparado el discurso. Y yo también.

- Mira. Aquí me pones que este recorrido son 60 kilómetros y en la Guía Campsa sale que son 30.
- ¿Sí? Vaya. No habré mirado bien el cuentakilómetros. Y, dime, ¿qué recorrido hace?
- Pues sale de A y llega a B pasando por C y por D.
- Bien. Eso es una preciosa carretera comarcal, llena de curvas y barrancos a los lados. Pero es que yo fui por la autopista que es más seguro. Hice más kilómetros pero, además, tardé menos.
- Bueno, pero si lo recalculamos por la ruta que tú me dices no son 30 kilómetros, sino 50.
- Es verdad, pero yo no he salido exactamente del centro geométrico de A para llegar al centro geométrico de B. Eso son unos cuantos kilómetros más que no estás teniendo en cuenta. Y además, he tenido que callejear para aparcar. Más el margen de error de mi cuentakilómetros
- Entonces, si sumamos esto nos sale unos 55 kilómetros...
- Efectivamente. Y yo he redondeado a 60 kilómetros. Me estás reprochando que he cobrado a la empresa 5 kilómetros de más. Esto es como las cuentas del Gran Capitán.

Al poner yo mi coche la empresa se ahorraba un dinero del leasing del coche de empresa (que nunca me dieron), los kilómetros abonados muy a duras penas cubrían el coste real y encima, tenían la poquísima vergüenza de echarme en cara que había redondeado ¡5 miserables kilómetros!

En la segunda parte de la charla, yo le demostré a mi jefe-listo que gracias al exceso de kilómetros era como conseguía no digo ya ser rentable, sino no perder dinero poniendo mi coche. La empresa pretendía (y posiblemente aún pretende) embolsarse unilateralmente todo el beneficio que mi coche pudiera generar escatimándome además a mí (y al resto de móviles con coche propio) la miseria que nos daba para cubrir gastos. ¿Cómo era aquello del reparto de riqueza?

Tuvimos varias charlas más sobre el tema. Expuse mi punto de vista de forma respetuosa, coherente, por escrito y con datos y cálculos pero hicieron oídos sordos. Durante tres años quemé casi literalmente mi viejo y querido coche al servicio de la empresa y finalmente tuve que comprar otro, nuevo, al que metí 30.000 kilómetros en un año.

Se me olvidaba decir que en el convenio de aquella miserable, rastrera, ruin y mediocre empresa una de las clausulas decía algo así como que "el criterio para asignar coche de empresa era un año de antigüedad". Clausula todo lo interpretable que queráis. De hecho ellos eran muy buenos interpretes y allí aprendí dos ideas sobre su gestión.

"Los beneficios son privados, los costes se socializan"
"En el 50% de las ocasiones gana la empresa y en el otro 50% pierde el trabajador"

Que me estaban chuleando era ya evidente.

Cuando ya tenía mi coche nuevo, en una ocasión me llamó mi jefe-listo:
- ¿Donde andas?
- Pues en el autobús, camino de X como un campeón. Acabo de dejar el coche en el taller para la revisión.
- Pero, ¡hombre!, ¿porqué no me lo has dicho?
- Pues porque hasta ahora yo me he buscado siempre la vida. O, ¿qué te crees? ¿Que mi viejo coche no se averiaba? Pues lo hacía. Y yo lo solucionaba con la moto o pidiéndo el coche a mi padre. Sólo que ahora no puedo. Pero tú nunca te habías preocupado de ello hasta ahora que necesitas MI coche.
- Vale, vale... te ponemos uno de alquiler.
- ¡Ah, de alquiler! Cuando hace falta, la empresa se rasca el bolsillo. Pero mientras haya un gilipollas que lo hace en su lugar siempre habrá una excusa para no soltar la mosca, ¿no?
- Bueno, sabes que tu petición -de coche de empresa- está en estudio.
- ¿Pero qué más estudio necesita? Tú sabes lo que me muevo...
- Bueno, es como un premio para los mejores trabajadores...
- Y, ¿yo soy un mal trabajador? Si lo fuera ya me habríais echado hace tiempo, no me toques las narices. Estoy hablando de una herramienta de trabajo que a otros se la dais para que lo dejen aparcado todo el día mientras calientan la silla en la oficina
- Es que tienes que demostrar...
- ¿Que tengo que demostrar qué?

El resto ya fue un diálogo de besugos.

Al final, como ya tenía claro que en aquella empresa los coches eran para los amigos y no para quién de verdad lo necesitaba, un día consideré que no iba a permitir más menosprecios a mi dignidad y decidí no poner el coche al servicio de la empresa.
En realidad sí iba en coche, por mi propio egoísmo pero... con tiempos de transporte público. Si únicamente podía resolver una "incidencia" al día pues una y no más Santo Tomás.

Por primera vez en tres años, volvía a sentirme orgulloso de mí mismo.

2 comentarios:

  1. Gran entrada Coriolis,

    Hay que ver las empresas que corren sueltas por ahí...

    Un saludo desde Bizancio :)

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  2. Buenas.

    Creo que en Bizancio a los catafractos les daban el equipo, ¿no?
    No creo que se lo tuvieran que traer ellos de casa, al menos no el caballo.
    En eso tenían bastante ventaja sobre los técnicos de algunas empresas. ;)

    Saludos cordiales.

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