sábado, 23 de abril de 2011

Cuando el todo no es lo mismo que la suma de las partes

Siguiendo con aventuras no estrictamente informáticas, y en este caso ni siquiera mías; en aquella empresa de cuyo nombre no quiero acordarme nos daban tickets restaurant.
Sin embargo, cuando uno intervenía a más de 50 km. de su centro habitual de trabajo, tenía derecho a media dieta. Esto significaba que uno podía ponerse ciego, en cantidad y calidad y no limitarse al valor de los tickets que rondaba los siete euros. La media dieta, no estoy del todo seguro, andaba por los veinte euros.

Una vez estuvimos comiendo con un compañero que tenía derecho a media dieta. Evidentemente pasó en su nota de gastos lo que había consumido en el restaurante que entraba de sobra en ella. Sin embargo, como no quiso utilizar su ticket restaurant correspondiente, restó su valor del total de la cuenta del restaurante.

Pues... le echaron abajo la hoja de gastos.

Digo yo, si Pitágoras no miente, que es lo mismo quedarse con el ticket en poder de uno y restar la diferencia, que entregarlo y pasar la cuantía completa. Pues en esa empresa no lo era.

Otros compañeros vivieron una aventura parecida. Estuvieron en una intervención a más de 50 km. de su centro habitual de trabajo. Pero muchos más. Con lo cual tenían derecho a la media dieta.
Sin embargo, desafortunados ellos, tuvieron la mala ocurrencia de parar a comer, de vuelta de viaje, a MENOS de 50 km. de su centro de trabajo.

Pues igualmente les negaron la media dieta.

Evidentemente, viendo como estaba el percal, aquellos técnicos que, eventualmente, teníamos derecho a media dieta, nos asegurábamos de gastarla antes de entrar en el radio de acción de las arpías que decidían sobre los gastos.
Además, y aunque en cierto modo era alegal, con pedir en el restaurante un factura justamente por el valor de la media dieta ya teníamos el expediente cumplido. La diferencia entre lo realmente consumido y lo facturado... iba al bolsillo del técnico.

¿Ilegal? No lo creo.
¿Inmoral? Teniendo en cuenta el nido de ratas que era (y es) aquella empresa, no creo que nadie tuviera el más mínimo remordimiento.

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