jueves, 15 de septiembre de 2011

Los turnos II

Yo he tenido suerte y casi nunca he hecho turnos raros.

En la triste jornada del 11-M me puse a disposición de mi empresa, fuera de horario, por si hiciera falta mi intervención donde fuera y para lo que fuera. Por supuesto sin cobrar nada.
Por fortuna no fue necesario, pero creí mi obligación hacerlo y tuve el teléfono móvil encendido toda la noche junto a la cama.

En otra ocasión, a los técnicos nos tocaba hacer el "tontoturno" para cuadrar los horarios en época de jornada intensiva. Una vez, en todo el verano, había que trabajar de 10:30 a 17:00, creo recordar.
Era un turno antipático porque te inutilizaba la mañana y tampoco salías demasiado pronto, comías sólo donde te pillara y, por añadidura, al irse casi todo el mundo a las 14:30, los "marrones" de tarde estaban asegurados.
Pero era sólo una semana y, con un poco de suerte, se pasaba rápido.

En alguna ocasión, pocas realmente, hicimos intervenciones en sábado. Y en otra terminamos más tarde de las diez porque había habido un problema eléctrico y estaba todo el sistema caído. Lo primero fue solucionar el tema "chispas" y luego ir subiendo los servidores en el orden necesario.

En otra empresa en la que trabajé, con uno de los jefes-tonto que he tenido, aquí al iluminado se le ocurrió que fuésemos todo el equipo a hacer una intervención un sábado porque "al ir todos terminamos en un plis plas"
Yo le dije que ya que había que ir, con que fuéramos él y yo sería suficiente. Que mano a mano tardaríamos un poco más, pero que no tendría que venir el resto del grupo y que a mí, ya puteado, me daba igual media hora que cuatro.

(Cabe decir, aunque no lo pensé en aquel momento, que habiendo hecho una mañana, siempre podías pedir que te compensaran el tiempo pero, ¿si no habías hecho ni una hora? Obviamente, tardabas más en el transporte -que no te lo iban a tener en cuenta- que en la intervención)

El caso es que el gañán dijo que no, que no, que era mejor como el decía. Como dice Pérez Reverte, no cabe un tonto más.
Uno de los compañeros alegó que no podía. Y el jefe-tonto le pregunto qué tenía que hacer él ese sábado para no poder ir.
El compañero debió haberle mandado a la mierda directamente pero fue políticamente correcto y ni siquiera le recordó que él, en su tiempo libre, podía hacer lo que quisiera sin dar explicaciones a nadie.

Asumida a regañadientes la situación, el tío todavía tuvo hígados para decir que como al acudir todos íbamos a acabar pronto, que podíamos ir a tomarnos unas cervezas al final.

Todos le dijimos que sí, que sí, que nos hacía muchísima ilusión. Supongo que al final se las tomaría sólo el muy imbécil.

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